Víctor Peña Dacosta
Ha publicado un conjunto
de haikus dentro de la Colección 3x3 de
la Editora Regional de Extremadura y los poemarios La huida
hacia delante (Ediciones de La Isla de Siltolá, 2014) y Diario
de un puretas recién casado (Ediciones Liliputienses, 2016).
También ha sido incluido en
antologías como Nacer en otro tiempo: antología de la joven poesía
española coordinada por Miguel Floriano y Antonio Rivero Machina
(Renacimiento, 2016), Piedra de toque: 15 poetas emergentes de
Extremadura(ERE, 2017) Diva de mierda: una antología alrededor del
ego, Centrifugados I, II y III (las cuatro en Ediciones Liliputienses), Bajo las
raíces: 40 años de Sepulcro en Tarquinia (homenaje a Antonio Colinas
publicado en Ediciones de la Isla de Siltolá), Wine&Roses
-homenaje a Amy Winehouse- y Hey Bob! -homenaje a Bob Dylan- (ambas
en LeTour 1987, 2015).
Por el momento, sus poemas han
sido traducidos al inglés, al francés y al árabe dialectal marroquí (aprovecha
desde aquí para dar las gracias a sus sufridos traductores). Además, ha
colaborado con múltiples revistas, fanzines y publicaciones, tanto físicas
como online y lleva un tiempo enfangado en un ensayo, pero eso
es otro cantar.
¿De qué le salva la poesía?
Normalmente de la soledad, a veces de la prosa y otras de perder el
tiempo de alguna manera más o menos estúpida, no necesariamente en ese orden.
¿Un verso para repetirse
siempre?
“Lo peor de nosotros mantiene el mundo en marcha” de José Luis
Piquero.
¿Qué libro debe estar en todas
las bibliotecas?
La historia interminable de
Michael Ende y El tesoro de la Isla de
Juan Ramón Santos, para que los zagales (como dicen en mi nueva patria chica de
adopción) tengan accesible una literatura (juvenil) de calidad y fascinante.
La nueva lucha de clases: los
refugiados y el terror de Slavoj Zizek para hacer frente a una realidad
incómoda.
El Reino de Emmanuel Carrère
y Los enemigos del comercio de
Antonio Escohotado, para replantearnos todo.
La huida hacia delante, de
Víctor Peña Dacosta, para que se me ponga dura la autoestima.
Amor, muerte, tiempo, vida…
¿cuál es el gran tema?
Personalmente, diría que el tiempo, que afecta, a veces sin remedio, a
todo lo demás.
¿Qué verso de otro querría
haber escrito?
Muchísimos, mi poética se basa en la admiración y la intertextualidad
y mi juicio en la envidia (in)sana. Por citar algún ejemplo:
“Ya somos todo aquello contra lo que luchamos a los veinte años” de
José Emilio Pacheco, “Nada sabe de amor quien vuelve vivo”, de Antonio Sánchez
Zamarreño o “entre falsas promesas de un mundo habitable” de Alberto Tesán.
¿Escribir, leer o vivir?
Vivir siempre. En cuanto a lo demás, decía Gil de Biedma que “lo
normal es leer”. En mi caso, confieso, aunque queda mal decirlo, que no suelo
sentir la imperiosa necesidad de escribir de una forma tan intensa la de abrir
una cerveza. Aunque también he de admitir que tampoco lo hago exactamente por
placer. Supongo que la literatura es mucho más que un entretenimiento y algo
menos que una condena, algo así como el Atleti.
¿Dónde están las musas?
Siempre en otra parte, me temo que ahí radica su encanto.
¿Qué no puede ser poesía?
Defenderé siempre, como escribió Roger Wolfe, “toda esa poesía que nunca
cabe en un poema”. Es decir, creo que la
poesía está en todas partes, incluso en la basura, como demostró Ben Clark, o
en las instrucciones más aparentemente prosaicas, como ha probado en tantos
poemas José María Cumbreño.
Considero también, en cambio, que no hay poesía, al menos no poesía de
calidad, en la mayoría de los libros que, desde hace unos años, copan los
puestos más altos de la lista de ventas.
¿Cuál es el último poemario que
ha leído?
Los últimos que he leído han sido Una
mujer sola siempre llama la atención en un pueblo, de Natalia Figueroa y ¿Qué hacer con Freud además de matar a
Freud?, de Elena Román. Pero, entre muchos otros, tengo el vicio de releer.
Últimamente han recaído Polvo en el aire,
de Marcos Matacana Martín, Suplicaréis
clemencia de Víctor Martín Iglesias y Economía
de guerra, de Ana Pérez Cañamares.
Si todos leyéramos versos, el
mundo…
Sería un lugar entre terrible y maravilloso poblado por una excesiva
cantidad de hijos de puta que leen versos.
Tres autores para vencerlo todo.
Miguel de Cervantes, Julio Cortázar y Gonzalo Hidalgo Bayal.
¿Papel y lápiz, teclado o
smartphone?
Tengo una letra tan horrorosa que prefiero el teclado. Lo del
Smartphone no lo he probado: soy un puretas recién casado, pero puretas al fin...
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